El Acogdeonista (con la música a otra parte)
El sábado tuve una actuación en unos grandes almacenes de Yokohama en la que tenía que acompañar en una presentación de vinos a Pascal Venturell, un excelente cantante de chansón francesa y jazz que, a los acordeonistas les diré que es amigo de Richard Galiano y a los no acordeonistas les dire que tocaba con Bebo Valdés en Cuba y que, además, es un tipo majete. Así que no lo tenía nada fácil.
La organización fue un desastre, y es extraño, porque estamos en Japón. Pero como somos occidentales, les debió de dar igual. Eso sí, en el trato, muy amables todos.
Poco antes de empezar nos trajeron al "camerino" a dos brasileñas maravillosas. Ninguno sabíamos de qué iba la cosa y creíamos que serían bailarinas para otra actuación. Sin embargo, resulta que las chicas habían venido a pisar uvas en un barril de madera vistiendo un traje tradicional francés... Acordé con los de los grandes almacenes que me mandaran las fotos que habían hecho. Cuando lleguen, las subiré.
Por si fuera poco, el sábado fue el día en que el tifón Mahon, el más fuerte de los últimos diez años y que no tiene nada que ver con Mallorca, pasó por Tokio y Yokohama. Lo peor pasó cuando estábamos tocando, aunque aclararé que no había relación directa entre nuestra música y la lluvia. Se cortaron algunas líneas de tren, en Shibuya las alcantarillas reventaban, por la tele salieron camiones volcados como fichas de dominó...
Afortunadamente, el tifón acabó antes que nosotros. Teníamos prisa porque Pascal tenía otra actuación en un restaurante francés, esta vez, de jazz. Pero la autopista seguía cerrada y tuvimos que dar mucha vuelta. Eso es algo muy japonés: da igual que ya no haya tifón, es el día del tifón y dura hasta el final. Por el mismo motivo, no fueron a cenar al restaurante más que un par de parejas de franceses. Era el día del tifón y no salía ni Cristo.
Pero el viaje hasta allí fue alucinante. Ver la bahía de Tokio por la noche, escuchando jazz y yendo con un cantante, un japonés, un tuno y yo...
Después de cenar me marché enseguida a casa para trabajar un poco en las traducciones. El tren no iba muy lleno, subió una japonesa y se sentó a mi lado. Todo el mundo se intenta dormir en el tren, y esta chica no fue menos. Sólo que, a los 5 minutos, estaba durmiendo en mi hombro. Como olía bien, dejé que me perfumara el hombro y que descansase un poco (a pesar de que yo no sea una almohada muy cómoda). Cuando llegamos al final, casi no se despierta, pero no me dio ni las gracias. Hubiera sido graciosos haberle dicho algo, pero a esas horas ya no tenía ganas.
Tras eso, ayer tuve que tocar canciones de la tuna en un restaurante español donde celebran bodas. Es un restaurante de lujo construido en la antigua casa restaurada de un conde . Una cosa muy bonita y muy cara. A la gente, parece que le gustó. Lo de las bodas japonesas es otro mundo. Todo lleno de ceremoniales, discursos, agradecimientos. Es para verlo (una vez, después ya aburre). El corte de la tarta se celebra en un patio al aire libre y en la segunda boda, se puso a llover justo antes (no duró mucho). Sin embargo no se les ocurrió llevar la tarta dentro y cortarla en un saloncito elegante. Sacaron un paraguas gigante para la tarta, y era alucinante oirles decir a los invitados, pasen, pasen, no se queden dentro, mientras estos no sabían qué hacer. Y al final, pasaron.
En fin... con la música a otra parte.
La organización fue un desastre, y es extraño, porque estamos en Japón. Pero como somos occidentales, les debió de dar igual. Eso sí, en el trato, muy amables todos.
Poco antes de empezar nos trajeron al "camerino" a dos brasileñas maravillosas. Ninguno sabíamos de qué iba la cosa y creíamos que serían bailarinas para otra actuación. Sin embargo, resulta que las chicas habían venido a pisar uvas en un barril de madera vistiendo un traje tradicional francés... Acordé con los de los grandes almacenes que me mandaran las fotos que habían hecho. Cuando lleguen, las subiré.
Por si fuera poco, el sábado fue el día en que el tifón Mahon, el más fuerte de los últimos diez años y que no tiene nada que ver con Mallorca, pasó por Tokio y Yokohama. Lo peor pasó cuando estábamos tocando, aunque aclararé que no había relación directa entre nuestra música y la lluvia. Se cortaron algunas líneas de tren, en Shibuya las alcantarillas reventaban, por la tele salieron camiones volcados como fichas de dominó...
Afortunadamente, el tifón acabó antes que nosotros. Teníamos prisa porque Pascal tenía otra actuación en un restaurante francés, esta vez, de jazz. Pero la autopista seguía cerrada y tuvimos que dar mucha vuelta. Eso es algo muy japonés: da igual que ya no haya tifón, es el día del tifón y dura hasta el final. Por el mismo motivo, no fueron a cenar al restaurante más que un par de parejas de franceses. Era el día del tifón y no salía ni Cristo.
Pero el viaje hasta allí fue alucinante. Ver la bahía de Tokio por la noche, escuchando jazz y yendo con un cantante, un japonés, un tuno y yo...
Después de cenar me marché enseguida a casa para trabajar un poco en las traducciones. El tren no iba muy lleno, subió una japonesa y se sentó a mi lado. Todo el mundo se intenta dormir en el tren, y esta chica no fue menos. Sólo que, a los 5 minutos, estaba durmiendo en mi hombro. Como olía bien, dejé que me perfumara el hombro y que descansase un poco (a pesar de que yo no sea una almohada muy cómoda). Cuando llegamos al final, casi no se despierta, pero no me dio ni las gracias. Hubiera sido graciosos haberle dicho algo, pero a esas horas ya no tenía ganas.
Tras eso, ayer tuve que tocar canciones de la tuna en un restaurante español donde celebran bodas. Es un restaurante de lujo construido en la antigua casa restaurada de un conde . Una cosa muy bonita y muy cara. A la gente, parece que le gustó. Lo de las bodas japonesas es otro mundo. Todo lleno de ceremoniales, discursos, agradecimientos. Es para verlo (una vez, después ya aburre). El corte de la tarta se celebra en un patio al aire libre y en la segunda boda, se puso a llover justo antes (no duró mucho). Sin embargo no se les ocurrió llevar la tarta dentro y cortarla en un saloncito elegante. Sacaron un paraguas gigante para la tarta, y era alucinante oirles decir a los invitados, pasen, pasen, no se queden dentro, mientras estos no sabían qué hacer. Y al final, pasaron.
En fin... con la música a otra parte.
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