Como me informan de que Heraldo de Aragón ha decidido prescindir de mi artículo en el último momento, se lo ofrezco aquí. Lo mejor que tiene el escribir un blog gratis es que todo este tipo de rollos editoriales me la trae al pairo, el texto sigue siendo para ustedes y yo iba a cobrar lo mismo que ahora (o el doble, o el triple... (OoO)/ ). Pena me da, sin embargo, Shizuka, mitad del mérito es suyo y estuvo preguntando por Hiroshima a los supervivientes en vez de tomarse un café tranquilamente, así que va para ella.
El día 6 de agosto se cumplirán 60 años de la explosión en Hiroshima de la primera bomba atómica usada como arma de destrucción masiva en un conflicto bélico. Salvo por el ya de por sí sorprendente hecho de que haya pasado otro año más sin que se haya vuelto a utilizar la Bomba contra seres humanos, no se puede considerar un aniversario especial, porque el horror que permanece es exactamente el mismo; mientras que cada vez quedan menos supervivientes del ataque que puedan aportar su testimonio personal. Últimamente, se ha visto incrementado el número de donaciones al museo de Hiroshima de objetos personales de las víctimas, que saben que será la institución encargada de transmitir sus recuerdos cuando ellos no estén a las próximas generaciones, que cada vez olvidan más fácilmente.
El sueño de los habitantes de Hiroshima es poder ver el día en el que el mundo se haya desecho de todo arsenal atómico. No es un objetivo fácil, y menos si tenemos en cuenta el desconocimiento general sobre todo lo acontecido en la Segunda Guerra Mundial que impera entre los japoneses. En las escuelas, si hay suerte, se toca el tema de puntillas, con una visión del conflicto descafeinada y edulcolorada por un gobierno que, presionado por EE.UU., pretende una reforma constitucional que permita el rearme nipón, a pesar de contar con la oposición de la gran mayoría de japoneses.
En Hiroshima no hay rencores, porque consideran que el odio no es útil, que no produce nada. Todo fue totalmente destruido por la bomba, incluido el sentimiento de odio. EE.UU. había ganado la guerra y Japón sentía que no tenía derecho para protestar. Lo único que se permiten odiar son las guerras y las armas nucleares. Por eso sus actividades se realizan en silencio, sin grandes ruidos ni alaridos, en señal de respeto hacia los supervivientes, que todavía hoy sufren por enfermedades relacionadas con aquella fatídica jornada, y, a la vez, como rezo para que las almas de las víctimas puedan descansar en paz.
Este año habrá más grullas de papel y más farolillos flotantes en en río, pero la actividad más importante que tendrá lugar es el Concierto por la Paz, que se celebrará por vez primera en el Parque de la Paz, al aire libre. Veinte años atrás, fue Leonard Berstein el encargado de dirigir la orquesta y, esta vez, será uno de sus últimos alumnos, uno de sus favoritos, el japonés Yutaka Sado, quien se colocará frente a una orquesta especialmente creada para la ocasión, compuesta de jóvenes músicos de todo el mundo junto a varios representantes de la Orquesta de Hiroshima. El concierto contará con solistas invitados de la talla de Misha Maisky (violonchelo), Ryû Gotô (violín), etc. y será retransmitido a todo el mundo a través del canal internacional de la televisión nacional japonesa NHK World y en la dirección de internet www.nhk.or.jp/peacecon.
Sólo cabe desear -y colaborar para- que llegue ese día con el que soñamos todos, pero especialmente los habitantes de Hiroshima, y las únicas explosiones que se produzcan sean explosiones de júbilo y alegría ante un mundo desnuclearizado.
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