Aleluya

Iba yo el viernes pasado por la estación de Ikebukuro a eso de las 23:40 de la noche, camino a casa, cuando cruzó por delante de mí una joven que cargaba con un par de bolsas de la compra, con un gesto de dolor en la cara y una mano frotándose la zona lumbar, que despertó en mí una piedad mística. Cuando pasó por mi lado, le pregunté "¿Estás bien?" y entonces se obró el milagro; de repente, se irguió estirando toda su columna y, contestando que sí con los ojos muy abiertos, echó a andar a paso vivo en sentido contrario.

Me quedé unos segundos esperando que una luz bajara del cielo y se oyera el Aleluya de Handel, pero los milagros, por lo visto, son algo mucho más mundano y discreto que todo eso.

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