Medicina (para el alma)
"Manténgase fuera del alcance de los niños" recuerdo que rezaban los prospectos y cajas de los medicamentos. Tal vez fuera un poco abúlico, pero nunca me llamaron lo más mínimo la atención, y eso me mantuvo a salvo de hacer ese uso inadecuado contra el cual prevenía la frase de marras; en mi interior, me reía de lo ridícula que me parecía la advertencia. Sin embargo, la mies es mucha y toda precaución es poca, así que cuando me acerque de nuevo por España, pienso deleitarme con su lectura las veces que haga falta.
Todo esto viene a cuento por la última película de mi admirado Hayao Miyazaki. He recomendado a diestro y siniestro El viaje de (sic) Chihiro (Sen to Chihiro), uno de mis films preferidos. Aunque dentro de su producción hay cosas que me gustan más y menos, a priori, un nuevo estreno siempre es una alegría, y una ilusión a tener en cuenta.
Ilusión que terminó al escuchar la canción que, como no, compuso Joe Hisaishi para "Poño (abogo por su escritura con ñ) en lo alto del acantilado" (Gake no ue no Ponyo): pegadiza, bien hecha, fácil de cantar... e interpretada por una niña en su más tierna infancia. Una humanamente maravillosa niña que, en el aspecto estrictamente musical, poco tiene que ver con Marisol o Joselito, y que anda más cerca de ser la vecinita de enfrente que hace llorar a su hermanito recien nacido cuando le canta una nana. El ser humano es, increíblemente, capaz de acostumbrarse a todo, para bien y para mal, y me asusta reconocer que cuanto más la escucho menos me molesta, pero se trata de algo muy peligroso.
Algo no se convierte en bueno por el simple hecho de que lo haga un niño, de la misma manera que tampoco lo hace por el hecho de que lo haga un adulto. Supongo que habría poca gente interesada en ir a comer a un restaurante (les recuerdo que hay que pagar la cuenta, aunque eso no sea lo más importante) cuyo chef fuera un simpatiquísimo infante de cinco años. O ser intervenido por una cirujana aficionada de seis cuyo currículum solo cuenta con la operación de apendicitis de su muñeca Barbie, que además falleció en el postoperatorio. Y es que también hay otras cosas que hay que mantener fuera del alcance de los niños (y entiéndanme a nivel profesional); al fin y al cabo, el arte es una medicina (muy potente) para el alma. Se lo digo como artista, como profesional y como diletante. Imagínense algo así en su propio campo laboral.
El quid del problema no se halla en los niños, sino de que (ya sé que no es algo nuevo) nos intenten colar que todo vale, y encima de forma tan descarada. Productores y artistas, empresarios y empleados... hay un mínimo exigible a los profesionales, sean de la edad que sean, del gremio que sean. Estoy de acuerdo en la gran sabiduría que encierra lo que me dijo cierta persona bastante tiempo atrás: "La vergüenza y la virginidad sólo sirven para perderlas". Pero la responsabilidad es otra cosa.
Y cuando esto lo firma gente con talento, como Miyazaki y Hisaishi, da mucha más pena.
Todo esto viene a cuento por la última película de mi admirado Hayao Miyazaki. He recomendado a diestro y siniestro El viaje de (sic) Chihiro (Sen to Chihiro), uno de mis films preferidos. Aunque dentro de su producción hay cosas que me gustan más y menos, a priori, un nuevo estreno siempre es una alegría, y una ilusión a tener en cuenta.
Ilusión que terminó al escuchar la canción que, como no, compuso Joe Hisaishi para "Poño (abogo por su escritura con ñ) en lo alto del acantilado" (Gake no ue no Ponyo): pegadiza, bien hecha, fácil de cantar... e interpretada por una niña en su más tierna infancia. Una humanamente maravillosa niña que, en el aspecto estrictamente musical, poco tiene que ver con Marisol o Joselito, y que anda más cerca de ser la vecinita de enfrente que hace llorar a su hermanito recien nacido cuando le canta una nana. El ser humano es, increíblemente, capaz de acostumbrarse a todo, para bien y para mal, y me asusta reconocer que cuanto más la escucho menos me molesta, pero se trata de algo muy peligroso.
Algo no se convierte en bueno por el simple hecho de que lo haga un niño, de la misma manera que tampoco lo hace por el hecho de que lo haga un adulto. Supongo que habría poca gente interesada en ir a comer a un restaurante (les recuerdo que hay que pagar la cuenta, aunque eso no sea lo más importante) cuyo chef fuera un simpatiquísimo infante de cinco años. O ser intervenido por una cirujana aficionada de seis cuyo currículum solo cuenta con la operación de apendicitis de su muñeca Barbie, que además falleció en el postoperatorio. Y es que también hay otras cosas que hay que mantener fuera del alcance de los niños (y entiéndanme a nivel profesional); al fin y al cabo, el arte es una medicina (muy potente) para el alma. Se lo digo como artista, como profesional y como diletante. Imagínense algo así en su propio campo laboral.
El quid del problema no se halla en los niños, sino de que (ya sé que no es algo nuevo) nos intenten colar que todo vale, y encima de forma tan descarada. Productores y artistas, empresarios y empleados... hay un mínimo exigible a los profesionales, sean de la edad que sean, del gremio que sean. Estoy de acuerdo en la gran sabiduría que encierra lo que me dijo cierta persona bastante tiempo atrás: "La vergüenza y la virginidad sólo sirven para perderlas". Pero la responsabilidad es otra cosa.
Y cuando esto lo firma gente con talento, como Miyazaki y Hisaishi, da mucha más pena.
Comentarios
Miyazaki siempre fue un explotador sádico de infantes, de todas formas. No hay más que ver la serie de Heidy. Mi favorita es El castillo ambulante, aunque incomprensiblemente para mí no alcanzó tanto éxito como la de Chihiro.
Ponyo ponyo ponyo, sakana no ko!! :P
Simple que es uno.
Un saludo
Curiosamente en la musica si alguien desafina se le tiran a la yugular. La verdad es que se puede cantar perfectamente afinado y que el resultado final sea aborrecible. No puede pasar al reves?
Saludos
Manuel
Ahora bien, tampoco me parece tan irresponsable poner una canción pegadiza para niños, cantada por una niña que lo puede hacer igual de mal que cualquier otro niño de su edad, en una película que pretende ser una película infantil.