La aguja en el pajar

A mi señora esposa le dio el otro día por comerse un onigiri (no piensen mal, es una bola de arroz rellena bien de atún, de ciruela, de nattô, etc., y cubierta por un alga), algo muy normal. Se trata de un alimento muy sano y natural, pero cuál sería su sorpresa cuando constató que el onigiri en cuestión tenía una parte adicional de hierro en su composición. Y me refiero a hierro en el sentido físico, no en el químico. Una pequeña punta de metal apareció doblada en su interior.


Debidamente, llamó a la empresa para dar parte y le comunicaron que alguien de su personal pasaría por nuestra casa para disculparse. Yo ya me imaginaba en medio de una novela de Brad Meltzer o una película del Holliwood de los años 40, en mitad de un juicio, tras el cual, inevitablemente, seríamos millonarios. Pero esto es Japón...


Así pues, conforme a lo anunciado, poco más tarde apareció el empleado pidiendo disculpas repetidamente y mirando el trocito de metal con cara de no haber roto un plato en su vida. A cambio del susodicho metal nos dejó un sobrecito con dinero (que contenía, exactamente, los ciento y pocos yenes que valía el onigiri, ni uno más) y unas gelatinas de fruta (que están, todo hay que decirlo, bastante buenas).


Injusta la vida, primero te pinchas con la aguja del pajar y luego se te rompe el cántaro de la lechera.

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