Brindando al Sol en plena noche

"Gracias a la crisis ha disminuido el número de borrachos en Tokio", me comentaba un amigo la semana pasada. "Ahora se ven muchos menos", añadía. Sin embargo, lo que tenemos aquí es una crisis de juguete comparada con la del resto del mundo, y la figura del oficinista trajeado y alcoholizado siendo una parodia de sí mismo no está extinguida, ni mucho menos.

Hace un par de días, al subir a la línea Chuo en la estación de Shinjuku tuve un avistamiento. Ahí estaba durmiendo la mona, sosteniendo a duras penas una lata de bebida alcohólica con la que había regado el suelo del vagón, otra de reserva en la bolsa de plástico (se ve que si no es coma etílico no vale) y una bandejita con trocitos de queso descansando en el asiento contiguo.



Al abrir un ojo e intentar cambiar de postura, tiró el queso. Y aunque demostró que no le importaba comerse los trozos que habían caído al suelo (señores, el alcohol lo desinfecta todo, ya lo saben), es cierto que (¡con una sola mano! en el más difícil todavía) intentaba devolver algunos a la bandejita. Pero como si de un Pepe Viyuela japonés se tratase el desastre era cada vez mayor.



Mi deseo de volver a casa fue mayor que la curiosidad por presenciar el final de la escena, así que cada uno de ustedes tendrá que ponerle uno de su propia cosecha.

¡Salud!

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