Sumo

El miércoles pasado se celebró un evento de la marca Hermes en el Kokugikan (el estadio de Sumo de Tokio) con el objeto de agasajar a sus mejores clientes. Para ello, habían convertido el centro del estadio en una plaza parisina de pega, con mesas en cada esquina simulando cuatro restaurantes donde se sucedían las actuaciones musicales, entre ellas, la del que les escribe.

Tuve la fortuna de acudir junto al gran Pascal Venturelli, con el que siempre es un placer compartir escenario y/o cerveza. Con lo que no contaba era con el elenco de grandes músicos con los que acabé compartiendo cartel, seis grandes acordeonistas de fama, a los que había que añadir un bajo, un contrabajo, cuatro guitarras, dos saxos, un violín, un piano, batería y cuatro cantantes. A pesar de mi nerviosismo, al final tocamos todos juntos cuatro canciones que supieron a gloria.

Como no podía ser de otro modo (y teniendo en cuenta que el día anterior habíamos actuado en el hotel Pan Pacific con un tiempo excelente), la velada acabó pasada por agua (afortunadamente, sin aguarse la fiesta) y en carrerita entre estaciones con acordeón y sin paraguas.

De cualquier forma me alegra haber tenido la posibilidad de sumar esta experiencia a mi currículum profesional y emocional. Ahora ya pueden entender el título de este escrito.

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