Islas que desaparecen

Me han contado que, ayer, el señor Ishihara, gobernador de Tokio (revisen el artículo sobre los carteles electorales si por alguna extraña razón quieren recordar su cara) visitó una isla que, a pesar de encontrarse a 1.500 kilómetros de las costas tokiotas, recae bajo su administración.

La isla cuenta con una extensión de 9 metros cuadrados (por lo que supongo que la visita fue breve), que se ve reducida al subir la marea a 20 centímetros cuadrados de gloriosa superficie nipona.

Sin embargo, el gobierno chino no está de acuerdo con esa denominación y defiende el término roca como más apropiado para el terrenito. De esa manera, tendría la puerta abierta para sus intereses militares en la zona. Por su parte, Japón insiste en llamarlo isla para asegurarse la explotación de sus bancos pesqueros.

Ishihara se enfundó un traje de neopreno y, a sus más de setenta años, buceó en las aguas de tan magno lugar para conocer de primera mano el estado de sus costas, y buscar soluciones para evitar que el mar acabe por anegar la isla.

Si está interesado en habitarla, seguro que el gobierno no le pone ningún inconveniente, al contrario. A menos que usted sea chino, claro.

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