El sí de los perros (de porcelana)

Es costumbre hacer de vez en cuando una, breve pero con énfasis, inclinación de cabeza al mantener una conversación en japonés, en señal de que estás escuchando, y supongo que como una reverencia abreviada. Puede ir acompañada de un amplio abanico de breves palabras, desde un claro y firme hai hasta el sonido más ininteligible (excluyendo las groserías, por supuesto). Por más que lo intento evitar apartándolo de mi pensamiento, este gesto está indisolublemente ligado en mi mente a la imagen de esos perros de porcelana de cuello móvil que viajan, ignorados, en la parte trasera de tantos vehículos; condenados a ejercitar sus cervicales suplicando un poco de atención.

La cosa no queda allí, ya que también se produce este efecto al hablar por teléfono, a pesar de carecer de cualquier sentido ya que tu interlocutor no puede verte. Automáticamente, como el perro al pasar un bache, el cuello se dispara hacia abajo. Inocente de mí, mientras vivía en España, me reía de la costumbre, pero bien dicen aquello de "todo se pega menos la hermosura" y he acabado por caer, muy a mi pesar.

Pero me estoy quitando. Al escribir esto, casi no lo he hecho.

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