¿Por quién doblan las campanas?
El pasado día 28, se celebró en Kiryu una ceremonia conmemorando los 17 años del fallecimiento del padre de mi suegro (o suegroabuelo). Según la tradición budista, cada x años se tiene que repetir el acto y esta vez tocó en un día en el que Shizuka tenía una grabación para un documental de la tele, y como venía familia de todas partes del país en exclusiva para la ocasión, fui solo para no quedar mal, a pesar de haber tenido que madrugar en domingo...
La ceremonia tuvo lugar en un pequeño templo, donde se halla la tumba de la familia Shimoyama. Antes de empezar, tomamos un té en un cuartito aparte; y, una vez fue el momento de comenzar pasamos al edificio principal donde nos esperaban unas banquetas colocadas frente al altar, donde fuimos tomando asiento.
Este tipo de celebraciones no le salen baratas a la familia (así que todo el mundo colabora con un donativo para sufragar todo el evento), así que se agradece que el monje se lo tome en serio a pesar de que hace una detrás de otra. Básicamente, consistió en el recitado por su parte de varios sutras con voz firme acompañados de certeros golpes de percusión y movimientos precisos, que denotaba que, como los mejores músicos, tenía toda su atención puesta en el momento presente. Algo digno de verse. Para finalizar, pasó de mano en mano una pequeña caja dividida en dos compartimentos donde cada uno echaba un poco de incienso del compartimento derecho a la parte izquierda, donde éste era quemado.
Lástima que uno de los niños, lógicamente aburridos como ostras, no parase de meter ruido y rompiera parte del encanto de la ceremonia. Sin embargo, a nadie se le ocurrió sacarlo (o no traerlo), porque básicamente es un acto para quedar bien con la familia, más que con el espíritu del muerto. Tremenda tontería, no hace falta poner ninguna excusa para reunirse, pero para hacer algo a medias y de mala gana, mejor no hacerlo.
A la salida, lloviendo, fuimos a la parte trasera para depositar en la tumba por turnos unas varillas de incienso, tras lo que se nos repartió un "soshiki dango", un dango especial para los funerales que está bastante malo, supongo que para que la gente no se alegre de comer dulces en momentos así...
Con el muerto en el hoyo, los vivos pasamos al bollo al restaurante que estaba justo enfrente donde nos pusimos morados con una comida exquisita. Al terminar, el hijo mayor del homenajeado (quien se encargó de prepararlo todo) nos repartió un presente de agradecimiento a cada uno (recuerden que con el donativo se paga ceremonia, comida y regalo...) que pesaba una tonelada y que resultó ser un jarrón de cristal que, gracias a Buda, hice que me enviaran por correo hasta Tokio.
No se me mueran, que luego es muy complicado todo.
Este tipo de celebraciones no le salen baratas a la familia (así que todo el mundo colabora con un donativo para sufragar todo el evento), así que se agradece que el monje se lo tome en serio a pesar de que hace una detrás de otra. Básicamente, consistió en el recitado por su parte de varios sutras con voz firme acompañados de certeros golpes de percusión y movimientos precisos, que denotaba que, como los mejores músicos, tenía toda su atención puesta en el momento presente. Algo digno de verse. Para finalizar, pasó de mano en mano una pequeña caja dividida en dos compartimentos donde cada uno echaba un poco de incienso del compartimento derecho a la parte izquierda, donde éste era quemado.
Lástima que uno de los niños, lógicamente aburridos como ostras, no parase de meter ruido y rompiera parte del encanto de la ceremonia. Sin embargo, a nadie se le ocurrió sacarlo (o no traerlo), porque básicamente es un acto para quedar bien con la familia, más que con el espíritu del muerto. Tremenda tontería, no hace falta poner ninguna excusa para reunirse, pero para hacer algo a medias y de mala gana, mejor no hacerlo.
A la salida, lloviendo, fuimos a la parte trasera para depositar en la tumba por turnos unas varillas de incienso, tras lo que se nos repartió un "soshiki dango", un dango especial para los funerales que está bastante malo, supongo que para que la gente no se alegre de comer dulces en momentos así...
Con el muerto en el hoyo, los vivos pasamos al bollo al restaurante que estaba justo enfrente donde nos pusimos morados con una comida exquisita. Al terminar, el hijo mayor del homenajeado (quien se encargó de prepararlo todo) nos repartió un presente de agradecimiento a cada uno (recuerden que con el donativo se paga ceremonia, comida y regalo...) que pesaba una tonelada y que resultó ser un jarrón de cristal que, gracias a Buda, hice que me enviaran por correo hasta Tokio.
No se me mueran, que luego es muy complicado todo.
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