Y volver con la frente marchita

A día de hoy, continúo con mi proceso de taurificación en el -¡olé!- gimnasio (aquí conocidos como clubs deportivos); y también continúa, y preveo que no tendrá fin, mi fascinación con el funcionamiento del vestuario.
Aquí han encontrado la manera de no molestar al usuario cerrando los vestuarios para la limpieza. La solución, fácil: no cerrar los vestuarios. Es decir, que mientras te estás cambiando de ropa, o volviendo de la piscina termal, puede aparecer la señora de la limpieza para pasar la aspiradora. Han leído bien, el personal de limpieza del vestuario masculino es un ejército de señoras de mediana edad (entendiendo por mediana la edad que transcurre entre mi madre y mi abuela).
¿Cómo evitar el escándalo?, haciendo que las señoras no levanten la vista del suelo en ningún momento. Un espectáculo entristecedor, por lo icónico de la postura. Por otro lado, espero que, además de permitirles usar gratis el gimnasio al personal de limpieza (cosa que no tengo nada clara), les pongan un fisioterapeuta para sus (inevitables) futuros problemas de cervicales.
Pensando en el vestuario femenino (ya ven, soy un pervertido), me queda la duda de si tendrán un personal de limpieza formado por eunucos. La verdad, prefiero no descubrirlo, no vaya a ser que me hagan una oferta que no pueda rechazar.
Y ya que hablamos de mujeres, comentarles que en la puerta de la cadena de electrónica y electrodomésticos adyacente a mi edificio de apartamentos había una señorita en edad de merecer subida a un pedestal cual venus-afrodita, micrófono en mano glosándonos las excelencias de los nuevos modelos de teléfonos móviles, vistiendo cortísima minifalda blanca a juego con un grueso abrigo de invierno. Se nota que hacía frío... Si quieren, aún están a tiempo de venir y pedirle su teléfono.

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