Lázaro de Tokio

La picaresca no debe de ser un género tan "español" como dicen en el colegio por lo visto estos últimos días. A pesar de que Japón tiene uno de los índices de criminalidad más bajos del mundo, abundan las historias de timadores y timados. Desde la del señor que va de casa en casa, diciendo que es policía o de la compañía de seguros, pidiendo dinero porque el hijo de los dueños ha sido responsable de un accidente de tráfico en el que ha muerto un recien nacido a cuya familia hay que indemnizar, hasta la carta que recibió mi suegra de una compañía telefónica exigiendo el pago de una deuda a riesgo de ir a los tribunales. En el primer caso, el susodicho hombre es tan policía como el pluriempleado padre de uno de mis compañeros de colegio, principalmente dependiente de unos grandes almacenes, pero a la vez, policía, ninja y Superman. En el segundo, la compañía es, por supuesto, falsa, y la deuda inexsistente, pero como no piden una cantidad de dinero concreta, la policía no puede hacer nada (o eso dicen).
Por otra parte, también están en el mundo los que venden un pedacito de luna, los derechos de edición de El Quijote, la torre de Tokio, las torres gemelas o el coliseo Romano. Yo tengo en mi poder Nôtre Dame de París y la torre Eiffel, si alguien está interesado...
Los abuelos tienen su propio sector especializado del timo, que por lo visto está en alza. En la calle peatonal que está cerca de la estación de Kiyose abrieron hace unos meses una "tienda" de productos naturales y/o para mejorar la salud. En el interior había varias filas de sillas plegables enfrentadas a una tarima sobre la que pendía una pizarra de plástico. Los escaparates, por contra estaban rodeados de estanterías con proúctos y carteles.
Debían de dar algo, porque siempre había colas de abuelos para entrar a las "conferencias explicativas". Ya saben que los abuelos, si dan algo, son incluso peores que yo, y miren que ya es decir...
Shizuka me vaticinó que la tienda duraría tres meses y que luego se trasladaría a otro sitio con otro nombre. Por lo visto, algo bastante frecuente, pero que los abuelos no son capaces de resistir. Como los conejos y las linternas. Los conferenciantes (cual charlatanes de los de antes, pero con más infraestructura) explican las virtudes de sus productos, que valen un pastón y algunos "abuelos gancho" "compran" y así el resto se anima, como si abrieran el baile con España cañí (Japón cañí).
Tras la mudanza, se ha abierto en el mismo local otra peluquería (ya hay, por lo menos, 6 en menos de 150 metros). Así que, esos abuelos a los que les pelaron la cartera y que, aún así, no se les levanta (pero seguro que en un par de meses sí, porque ese producto era buenísimo...), podrán pelarse también la cabeza (si es que no la tienen ya naturalmente pelada) en un sitio nuevo, caro y muy elegante. Igual hasta les venden un crecepelo, para que vuelvan más a menudo.

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