Sospechoso
Ayer cuando volvía a casa sobre las doce de la noche me encontré con una inusual actividad policial en una calle a medio camino. Sin darle mayor importancia, continué mi camino hacia mi añorada cama. No puedo decir que me pillara por sorpresa el que, 300 metros más adelante, un coche patrulla se detuviera frente a mí. Querrán comprar una lata de té en la máquina, pensé; Pero, cómo no, me dirigieron la palabra: ¿Es usted extranjero? ¿Habla usted japonés? ¿De dónde viene? ¿Me puede dejar su carné de extranjero? Yo pensé que se estaban equivocando, que esta vez no llevaba bicicleta, pero nada.
Resultó ser que se había producido un atraco en las proximidades a manos de un extranjero que llevaba camiseta negra (adivinen de qué color era la mía). Cuando vieron que yo era un buen chico, me dejaron marchar, rogándome que tuviera cuidado, que podría ser peligroso. Habrían quedado como auténticos caballeros si me hubieran escoltado hasta la puerta, pero no, señor, ande usted solo.
El resto del trayecto estuvo marcado por la intranquilidad, ya no tanto por el enemigo público número uno que recorría las calles en camiseta negra, sino porque había luna llena, un poco de niebla (que hacía que las luces de las farolas crearan una atmósfera de lo más inquietante), un gato recién atropellado en el paso de peatones (¿algún extranjero?)... todo ello sumado a mi probervial buena suerte, me hizo aligerar el paso, aunque me cuidé muy mucho de no acelerarlo demasiado para no levantar sospechas de la policía.
Ya saben que la vida es extraña.
Resultó ser que se había producido un atraco en las proximidades a manos de un extranjero que llevaba camiseta negra (adivinen de qué color era la mía). Cuando vieron que yo era un buen chico, me dejaron marchar, rogándome que tuviera cuidado, que podría ser peligroso. Habrían quedado como auténticos caballeros si me hubieran escoltado hasta la puerta, pero no, señor, ande usted solo.
El resto del trayecto estuvo marcado por la intranquilidad, ya no tanto por el enemigo público número uno que recorría las calles en camiseta negra, sino porque había luna llena, un poco de niebla (que hacía que las luces de las farolas crearan una atmósfera de lo más inquietante), un gato recién atropellado en el paso de peatones (¿algún extranjero?)... todo ello sumado a mi probervial buena suerte, me hizo aligerar el paso, aunque me cuidé muy mucho de no acelerarlo demasiado para no levantar sospechas de la policía.
Ya saben que la vida es extraña.
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