Polis y cacos

La semana pasada, medio cumpliendo mi sueño infantil de ser Perico Delgado, compramos una bicicleta de segunda mano para ir hasta la estación (comparado con ir andando, más rápido pero más caro debido a los gastos de aparcamiento; comparado con el bus, más barato, pero más lento). Muy contento me lancé a hacer uso de ella, hasta ayer por la tarde, cuando me iba a dar una clase de español a la academia. Menos mal que puse una camisa medio elegante y me afeité bien apuradito, porque si no, ya no sé qué hubiera pasado.

Cuando llegué a la altura del puesto de policía, el semáforo se puso en rojo. Normalmente, hubiera cruzado sin remordimientos ya que no venía ningún coche, pero, como estaba un agente en la esquina, en mala hora decidí esperar. El guardia debía de estar ocioso y me dio el alto para preguntarme que cuándo había comprado la bicicleta. Le contesté, ciertamente, que la había comprado hacía una semana, con lo que puso los ojos como platos y me preguntó que cuántos golpes me había dado con ella. Le expliqué que era de segunda mano, a lo que me inquirió que por el lugar de la compra y, muy pesado, que por qué no tenía candado. Yo uso una cadena, que tenía bien visible enrroscada en el manillar, por lo que me extrañó la pregunta. Seguía con el tema del candado, sañalándome (señalando con saña) su bici. Le expliqué que la cadena era mucho más barata y que por eso la elegí.

No contento con eso me pidió mi carné de residente y, por el walkie-talkie, llamó a que comprobaran a qué nombre estaba matriculada. Tras ver que todo estaba en orden (cómo ha mejorado la sociedad después de su llamada) y antes de dejarme marchar, me dijo que habían aumentado mucho los robos de bicicletas y que corriera la voz. No entendí muy bien si se refería a que corriera la voz de que era un perfecto gilipollas. En vez de hacerme perder el tiempo, más le hubiera valido buscar un poco a Bin Laden o, sin ir más lejos, visitar a los yakuza del barrio, que todos sabemos dónde están. Pero no, cual Michel le apetecía tocar un poco los testículos a alguien y, ya que no estaba Valderrama, me tocó a mí. Como no sabía muy bien de qué iba la cosa, fui bastante pardillo, pero uno ya está un poco mayor para andar por ahí jugando a polis y cacos y la próxima vez que se aburra (si es que la hay) será diferente.

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