A flor de piel (de cerdo tailandés)

El devenir de los tiempos ha hecho que (para bien o) para mal (definitivamente, para mal) se haya perdido la costumbre de obsequiar al maestro con una manzana al inicio de la clase. Esto me entristece, no sólo como profesional de la educación, sino también como ser humano; y como amante de las manzanas. Si la madrastra de la bella durmiente levantara la cabeza...

Dejando la fruta a un lado, no es ningún secreto mi desmedida afición por los torreznos, es más la proclamo a los cuatro vientos a la mínima oportunidad que se me presenta. Y aquí tienen el porqué: todavía quedan alumnos de buen corazón. A mi vuelta de España les ofrecí una bolsa de torreznos patrios que tuvo bastante éxito. Para corresponderme, me trajeron de un viaje de negocios a Tailandia ¡dos versiones asiáticas y exóticas de dicho manjar!

La primera es la más cercana a nuestra manera de prepararlos. Tienen la misma textura, aunque son mucho menos salados y están condimentados con (lo que creo que es) hierba de limón. Como la etiqueta está en tailandés, no he sido capaz de confirmarlo. No debería haberme saltado las clases de tailandés en la escuela primaria...




La segunda versión, alargada y anaranjada (permítanme la aliteración), está más próxima a la cocina china. De sabor más intenso, es absolutamente crujiente y ¡dulce! Aunque se hace extraño en un primer momento, en seguida se le coge el gusto y llegan a ser adictivos.


Y es que la piel, aunque sea de cerdo, puede llegar a ser algo muy profundo.

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