Pasajeros al tren (no lo intenten en casa)
No se puede decir que hayamos tenido una semana falta de acontecimientos. El que les voy a relatar sucedió entre la visita a la concurrida exposición de la pintura de Leonard Fujita en el Museo de Arte Moderno de Tokio en su último día, y la intempestiva invasión de un ejército monárquico de hormigas, repelida aspirador en mano, que sufrimos el domingo pasado.
Fue durante el camino de vuelta a casa en tren expreso que, pocos metros antes de una estación, alguien se tiró a la vía. Ya saben que Japón es uno de los países con un mayor índice de suicidas del mundo y, aunque fue mi primera vez, este tipo de situaciones están a la orden del día. El conductor anunció un frenazo de emergencia debido a "un accidente en el que está involucrada una persona"; el tren paró, las cabezas se giraron para mirar por las ventanillas, los vecinos salieron a las ventanas, y los empleados de la compañía recorrían el tren buscando por debajo de los vagones sólamente armados con una linterna y una bolsa de plástico.
No se crean que hubo una reacción apabullante en el interior del tren. Ni siquiera con 20 minutos de espera como hubo los nipones se animaron a dirigir la palabra a cualquier desconocido para comentar "a la española". Siguieron enfrascados en su móvil, su periódico o su acompañante. La gente que viajaba de pie dejaba entrever ligeramente sus ganas de sentarse; pero el único que "se atrevió" a expresarse enteramente fue un pasajero que parecía sufrir de claustrofobia y recorría los vagones profiriendo gritos sin sentido y deteniéndose en cada puerta a golpearla con todas sus fuerzas. Nadie le atendió; los empleados estaban más preocupados por el pasajero inferior que por el interior.
Una vez descubierto, -casualmente, debajo del vagón en el que viajábamos- el conductor tuvo el valor de anunciar por megafonía, en un ejercicio ejemplar que quedará para los anales de la Historia del Eufemismo, "La persona accidentada ha sido llevada a un lugar seguro. Arrancaremos en breves momentos".
Fue durante el camino de vuelta a casa en tren expreso que, pocos metros antes de una estación, alguien se tiró a la vía. Ya saben que Japón es uno de los países con un mayor índice de suicidas del mundo y, aunque fue mi primera vez, este tipo de situaciones están a la orden del día. El conductor anunció un frenazo de emergencia debido a "un accidente en el que está involucrada una persona"; el tren paró, las cabezas se giraron para mirar por las ventanillas, los vecinos salieron a las ventanas, y los empleados de la compañía recorrían el tren buscando por debajo de los vagones sólamente armados con una linterna y una bolsa de plástico.
No se crean que hubo una reacción apabullante en el interior del tren. Ni siquiera con 20 minutos de espera como hubo los nipones se animaron a dirigir la palabra a cualquier desconocido para comentar "a la española". Siguieron enfrascados en su móvil, su periódico o su acompañante. La gente que viajaba de pie dejaba entrever ligeramente sus ganas de sentarse; pero el único que "se atrevió" a expresarse enteramente fue un pasajero que parecía sufrir de claustrofobia y recorría los vagones profiriendo gritos sin sentido y deteniéndose en cada puerta a golpearla con todas sus fuerzas. Nadie le atendió; los empleados estaban más preocupados por el pasajero inferior que por el interior.
Una vez descubierto, -casualmente, debajo del vagón en el que viajábamos- el conductor tuvo el valor de anunciar por megafonía, en un ejercicio ejemplar que quedará para los anales de la Historia del Eufemismo, "La persona accidentada ha sido llevada a un lugar seguro. Arrancaremos en breves momentos".
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